martes, 27 de marzo de 2012

Dame un poquito de tu amor


Historias de cuando el rock y el fútbol se tiran un centro

Por Facundo Cottet
La década del 90 fue una foto la incoherencia, la locura, el despropósito y todos los excesos juntos. Claro, todos los extremos son malos. A Maradona en los ‘90 “le cortaron las piernas” y así lisiado como estaba, El Diego entraba a la quinta de Olivos y se fotografiaba con el entonces presidente Carlos Menem, se iba de gira con Charly García y “Say no More”. Pero por más que los jarrones y los flashes lo “flasheen”, él nunca perdió esa dosis de ídolo; será el ídolo de los quemados, pero ídolo al fin.

A Maradona nunca le compraron una cuna pero siempre lo acunaron, fue la gente la que lo acunó al diez, fueron los pibes del barrio, fueron los marginados, los expulsados, los relegados, los que vieron en él una identificación propia, algo de qué aferrarse. Era un negro de Villa Fiorito. Los 90 –siempre esa década vacía en nuestro país- pusieron en el tapete una generación desencantada pero que paradójicamente la cantaba a ese desencanto. El manotazo del neoliberalismo dejó a los padres de esos pibes en la calle y los pibes -que ya estaban en la calle porque las fábricas no los tomaban y las facultades estaban lejos de incluirlos- se juntaban. Nace el rock chabón como expresión por momentos de rechazo a toda esta mezcla rara de pesimismo, de viajes al exterior, de ventajismo. Las radios ven un mercado en los pibes (que cada vez son más) y empiezan a pasar bandas como Viejas Locas, La Renga, Caballeros de la Quema, Bersuit Vergarabat, Los Piojos o Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota (aunque estos últimos vienen de tiempo atrás pero se meten también en esta oleada). Y la banda de mi barrio esquivando charcos desde la esquina del infinito y jugando un partido más.
Fue en 1994 cuando Los Piojos editan su segundo álbum (Ay Ay Ay) y en la dedicatoria del disco saludan: “Este disco está dedicado a Diego Armando Maradona”, ese gesto es a lo mejor el inicio de un buen romance. Los Piojos todavía no habían explotado, aun vivían todos juntos en Barrio Jardín (El Palomar) y la canción de Maradó estaba a punto de tirar todo al carajo con el siguiente disco (Tercer Arco editado en 1996). Para esos años Diego ensayaba su retiro una y otra vez, ya no jugaba al fútbol en Ritmo de la Noche pero se calzaba la 10 de Boca (esa casaca polémica que tenía franjas blancas) y en el medio vino a La Plata a jugar un partido a beneficio de la Cruz Roja (algunos platenses pudimos imaginarlo defendiendo los colores Triperos o del Pincha por 45 minutos).

El noviazgo piojoso se oficializó cuando la banda de Andrés Ciro llegó al templo. En 1999 Los Piojos dieron por primera vez tres shows seguidos en Obras Sanitarias (el templo del rock) y allí un ángel diabólico con la diez en la espalda dio la cara y dijo “todos necesitamos cariño”. El resto ya se conoce, el diez tuvo su programa de TV y hará mil locuras más. Los Piojos ya no tocan pero el amor los marcó a fuego, los piojosos que quedan son los testigos de un cariño que no terminará jamás mientras siga sonando Maradó.

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