miércoles, 13 de agosto de 2008

Papel celeste


Desde un principio me sorprendió que me tocaran el timbre enviándome una carta. ¿A mí? ¿Por qué una carta?. Creo que era la primera vez que llegaba una carta a mi nombre. Yo…, acostumbrado, como mucho, a leer mail y que nunca decían nada de mayor importancia. Pero esa tarde fue una carta.
El remitente estaba tachado con una lapicera negra, las rayas transmitían que quién lo hizo estaba inseguro de dar a conocer su identidad. Además el sobre era celeste, todo muy raro.
Recuerdo que estaba con un amigo, bah en realidad no era un amigo. Un compañero de trabajo que no sé porque razón aparecía cada tanto en mi casa. Tenía confianza con él, entonces decidí abrir ese sobre, celeste y todo tachado. Será una joda pensé.
-Capaz que tiene ántrax. Me dijo burlándose mi compañero.
- En una de esas por ahí sí. Respondí siguiendo el chiste.
Por ese tiempo los medios de comunicación se regocijaban con el atentado a las Torres Gemelas y todo lo que vino después: Que en la Argentina hay ántrax, que en las elecciones descubrieron polvo blanco en los sobres, que el ex presidente De la Rúa se había contagiado con ántrax y tantas otras cosas más que ya ni me acuerdo.
Cuando saqué la hoja que había dentro, un cosquilleo recorrió todas mis manos. En ese momento se prendió el televisor, la casualidad era demasiada. Justo al abrir el papel, la tele, que estaba programada, se encendió .
Todo está muy confuso en mí, la verdad desearía hacerlo de otra forma, pero te seguí y me fijé donde vivías. Ahora sabes que existo”. Escrita en computadora, con una letra común y en un tamaño considerable, nada más. No tenía firma, ni seudónimo. Esa confesión era lo único que se leía. La guardé y continúe mis actividades.
Al otro día cuando vuelvo del trabajo veo un sobre en el piso del living. Era igual al anterior: mismo sobre, los mismo rayones y la misma intriga de mi lado. “No te conviene cruzar la avenida por la mitad de cuadra, es peligroso y de verdad no quiero que te pase nada”. Era cierto, cuando iba caminando a la consultora -mi trabajo- cruzaba la Avenida Río Manso a mitad de cuadra. Es que esa era la forma más rápida.
Entendí que me estaban siguiendo, pero los dos mensajes que había leído no los tomaba como amenazantes ni tenía miedo. Es más, cuando andaba por la calle a veces olvidaba el asunto de las cartas o la persecución que supuestamente me acompañaba.
Y el tiempo pasó, pero las cartas seguían llegando a mi casa. Las leía una vez, a veces dos, pero no le daba mayor importancia. Jamás se me cruzó por la mente la idea de hacer la denuncia en la policía. Suficientes problemas aparentan tener, como para que yo vaya con un montón de papeles que no arrojaban mucha información. Además, en un punto me gustaba recibir las cartas. Era un juego por momento siniestro y misterioso. Yo de a ratos me imaginaba un detective que investigaba el caso más importante de su vida. Lógico, se trataba de mi caso, mi vida. Rastreada por mi mismo, ¿cómo no iba a ser la averiguación más cuidada de un detective?, en este caso yo.
En mi rutina diaria, a esa altura, ya no había mayores sucesos que recibir las cartas. Siempre en sobres celestes, con el remitente tachado en lapicera negra, siempre. Esos papeles ya habían hecho dentro de mí otra persona, que por suerte nadie notaba. A veces me preguntaban si seguía recibiendo las cartas, (porque al principio comenté entre mis allegados, aquel extraño acontecimiento) o si ya descubrí quién era. Y yo no daba demasiada explicación tampoco. “Sí, cada tanto llega alguna” o “la verdad que ya ni las miro, las junto y las tiro enseguida”, eran mis respuestas. Pero la realidad era totalmente distinta. Pasaba horas observándolas, comparando, tratando de entender qué querían esas cartas, quién era el responsable, o los responsables de esos escritos. Por qué a mí.
Entre la noche del 30 de noviembre y la madrugada del 1 de diciembre, leí una nueva. Ya habían pasado cuatro meses desde la primera y seguía con la intriga. Era una necesidad saber algo, aunque sea algo. “Supongo que te preguntarás quién soy, por qué te escribo estas líneas, bueno llegó el momento de contarte la verdad. Pero antes debo dejar pasar un tiempo. Te puedo adelantar que cuando leas la próxima carta, lo vamos a hacer juntos. Siempre y cuando estés dispuesto.” Había pasado. Por fin iba a saber quién me mandaba esas malditas cartas desde hacía cuatro meses. Aún no recuerdo como fue, pero esa noche me dormí en el sillón con las cartas apoyadas sobre una mesa ratona. Los papeles celestes ubicados ahí servían de posa vaso para una copa con restos de soda.
Tuve un sueño casi esotérico, lúgubre. Estaba en un gran salón, con pisos impecables, pero con las paredes que se caían a pedazos. Siquiera tenían revoque, pero esa sala era inmensa y vacía. Yo entraba silencioso, precavido, buscando a alguien. Por momentos rozaba la pesadilla, pero no era más que un mal sueño. El gran salón tenía una sola ventana, chiquita, parecida a la de un calabozo, pero aquel lugar estaba muy iluminado por luz natural. En un extremo a lo lejos encuentro una figura. Me acerco -no mucho- y era una mujer de espalda. Desde la distancia le hablo. En el sueño sentía frío. Lo verosímil marcaba un termómetro de 25 grados promedio para esa fecha en el calendario.
La veo más cerca y logró reconocer todos sus rasgos. Cara, cuerpo, pelo, altura y demás características físicas, que me parecían atractivas. No era un modelo de belleza, pero en mí producía algo. En un momento, el espacio se iba transformando en una ciudad y a medida que hablaba con esa persona todo se cambiaba alrededor. Aún hoy no recuerdo que nos dijimos o si ella me escuchaba. Yo supongo que sí.
Vuelvo a la realidad y me despierto. Eran las seis de la mañana. Mientras tomo un café instantáneo, bajo la vista por un momento. Había otra vez y cuando no un sobre celeste, pero sin ningún rayón ni remitente.
Todo lo que desde hace tiempo quise fue poder escribirte una carta. La que recibiste ayer ya no tiene sentido, cuando mires el sol me vas a ver, cuando cruces la calle me vas a ver. No nos vamos a poder encontrar. Ya me encontraste.” Silencio absoluto en mi casa. Angustia, reflexión, búsqueda, preguntas, son sólo algunos de los sentimiento que se aparecieron ni bien leí esas ¿últimas? líneas. Miro las agujas del reloj y el televisor se enciende automáticamente. Esta vez no estaba programado.



2 comentarios:

Armida Leticia dijo...

Gracias por pasar a mi blog y dejar tu comentario.

¿Esta historia de la carta, continúa?
¡Quiero saber como termina esta aventura epistolar!

Saludos desde México.

Te voy a poner en mi bookmark.

islototote dijo...

wow!!! facu me quede con la pregunta quien es??Por que tanto misterio?, Tan baja autoestima tiene la persona que la escribio que no es capas de dejarse conocer?O,llevara un gran secreto consigo?
Un besito