miércoles, 8 de abril de 2009

ONDA VAGA



BRILLA UNA LLAMA
El grupo de música que parece no comulgar con la modernidad y toca sin amplificadores desembarcó su sanación sonora en la ciudad de La Plata y todo fue cálido.

I
Las velas encendidas en el piso parquet. Cada una, dentro de un vaso de plástico, formaban un semicírculo, donde era el fuego el que dividía los roles
Antes de ver esto, el patio funcionó de purgatorio, del lugar de la espera. Hubo una diferencia: el espacio al que se ingresaba estaba lejos de una representación celestial. Poca luz, olor a humo sin ganas de desaparecer y una línea de mini candelabros de cera que ardían, parecido a un círculo de sal.
No era el cielo, tampoco el infierno. Se trato de una combinación de éstos dos pero en la tierra. Cualquier día es un auditorio. Ese día, el lugar fue algo más: una burbuja quizá, que detuvo el final de un domingo y en donde el tiempo no corrió por dos horas.

II
¿Qué fue lo que logró esto?, ¿Por qué se cambió la atmósfera en ese momento? Cinco personas pueden encontrarse entre los responsables. En su ejecución a ciertos instrumentos musicales, que transforman y exaltan los sentidos. No hay electricidad de por medio, lejos están los ruidos que agotan, en algunos casos, los oídos. Aquí, todos los sonidos salen del alma, de las entrañas mismas de estos sujetos. No se necesitan micrófonos, ni amplificadores, sólo de la sinceridad que transmite con su obra “Onda Vaga”.
Este grupo autodefinido como “música de sanación y meditación” se sentó en las sillas puestas una al lado de la otra, mientras eran asfixiados por unas doscientas personas; cerca, muy cerca. Algunos de los asistentes a esta particular ceremonia de sanación desafiaron lo establecido y se ubicaron delante de la primera fila, sentados en el piso. Nunca pudieron estirar sus piernas desde el suelo. De hacerlo, hubiera implicado romper la última barrera y pasar el fuego que delimitaba quién era quién. Las pequeñas llamas dividían los roles, de un lado los músicos, del otro el público.

III
“Su silencio es nuestra música”. Así, sin más, con esas palabras, trombón en mano, Germán Cohen hace los honores de bienvenida. Y como toda ceremonia marca sus reglas, casi dogmáticas para los presentes. Éstos, entienden que el show no son ellos, y que esa tarde noche fue para escuchar música. Entonces, eso se hizo: escuchar.
Introducción instrumental como para empezar con la cura de corazones heridos. “Ya”, fue el segundo de los diecisiete mandamientos vagos. Entonces, la meditación y el estado de conexión en los sacerdotes a cargo comenzó con el canto de “Me pega fuerte”, una declaración despojada y sincera de alguien inestable en decisiones para el amor.

IV
Una chica, baila sobre un costado del fogón urbano y organizado del auditorio del Centro Cultural Islas Malvinas. Ve a la gente sentada en el piso (muy cerca de la banda) y encuentra un lugar, un hueco que le va a hacer cambiar su óptica del momento. Ella va y se arroja como imantada ante las maderas. Aunque ya no está parada, su pulso no se pierde, mueve su cuerpo de la cintura para arriba. A su lado, un chico de barba, pelo estirado para atrás por una vincha, pantalones estilo hindú y bolso de típica feria artesanal le susurra algo al oído dos minutos después de que ella haya encontrado la posición ideal. Cordialmente, la recién ubicada le responde. Él asiente con la cabeza y se queda mirándola de reojo. Observada, simula un sonrojo y entra en la meditación que proponía Onda Vaga.
Desde ese momento, sus manos marcaron el tiempo en cada canción. Su compañero de ubicación pensaba cómo acercarse hasta ella, qué decir para entablar relación. En las sillas, las parejas estaban para el deleite, el lugar corría fuera del tiempo y espacio, alcanzando la calidez que muchos fueron a buscar.

V
El quinteto va variando los roles instrumentales, el guitarrista pasa al cajón peruano, mientras que el trompetista agarra las maracas y se para en el medio de la canción. Por momentos, la acústica, de lo que fue transformándose en templo, permite que el diálogo entre los sacerdotes y fieles se susurre y con eso alcanza. El reloj corre, pero nadie se da cuenta. Los celulares, caracterizados por interrumpir estas situaciones, misteriosamente están enmudecidos. “Esta noche es hora de entregar muchos besos / y darnos cuenta que a veces nos cuesta”, fue el arranque de una de las últimas canciones (Rayada) de melancolía, declaración y sanación. La introspección desde las cuerdas de guitarra y del cuatro (un instrumento de la familia de la guitarra pero con sólo cuatro cuerdas, usado para los ritmos centroamericanos preferentemente) fue entera y decididamente hacia cada uno de los presentes. Después de eso, la ceremonia empezaba a cantar su final.

VI
“No me importa si el viento va al oeste/ o para atrás donde sea voy a ir/voy a cortar las guirnaldas de esta peste…” fue la propuesta, luego de mostrar todos los males producto de tropiezos con su corazón en las anteriores canciones, de que siempre hay que seguir para adelante. Eso, es uno de los fundamentos planteados por esta especie de religión en sus ceremonias, que constantemente entre tanta oscuridad brilla una luz. Y como hay luz, hay movimiento, y como hay movimiento hay pulso, y si hay pulso, hay vida. El pulso de la ceremonia se acelera con la canción “Experimento”, los músicos bailan de pie, pero la gente sigue sentada. “Iba tan guapa que ni se la vea/ con su dulce, mi leche/Ay Ay Ay Ay Ay Ay este experimento, yo lo recomiendo” en sonido de rumba con algunos alaridos al estilo mariachi. Entonces se notó que hubo luz, más allá de que las velas ya terminaban de arder y, de a una, se iban apagando. De pie siguieron hasta el final de la canción –la anteúltima- y lejos de las sillas los vagos terminaron su ceremonia de sanación. Fue “Mambo” (autoría de Andrés Calamaro) lo que cerró el concepto sonoro y dejó un silencio sano en la, ahora nuevamente, sala.

VII
Los peregrinos de la ceremonia finalmente se pararon y muchos se miraban entre ellos, tenían la sensación de haber pasado por un estado de hermetismo que resultaba propio de una sanación. Lentamente fueron saliendo y el aire era distinto: ya sabían que estaban en el patio del Centro Cultural Islas Malvinas, que era domingo y que al otro día todo volvería a ser como antes.
-Chau, un gusto. Dijo el chico que estaba sentado delante de todo con barba, pelo peinado para atrás y pantalón hindú
-Chau, ¿ya te vas?, respondió ella. Como queriendo saber algo más sobre él, después de haber pasado juntos aquel momento que ya parecía lejano.
-Si si, fueron sus últimas palabras. Y se alejó
Quizá, él perdió en algún momento la esencia de Onda Vaga y no se dio una oportunidad, o tal vez creyó oportuno sólo el momento de la sanación/recital para la ocasión de buscar algo más en ella. Ya en la entrada al lugar, la chica miraba la cartelera para ver qué pasaría en el Centro Cultural la siguiente semana.


foto: Facundo Arroyo
dieño: Nahuel Torras

1 comentario:

Tele Rating dijo...

Excelente crónica del testigo del Rock. Muy buen clima y un gran observador. Un abrazo.